El descanso para el café, quedar en una cafetería, salir a tomar un café… son algunas rutinas que realizamos a diario y que tienen al café como acompañamiento ideal. No en vano, el café se ha convertido en la segunda bebida más consumida en todo el mundo, sólo tras el agua, y no únicamente por su sabor o sus propiedades energizantes y para la salud, sino por su carácter social. Y es que, cuando nos tomamos un café con alguien, el significado del momento va más allá del mero hecho de alimentarnos. 

Entonces, ¿por qué consideramos al café en particular como un elemento imprescindible en casi cualquier tipo de reunión o evento? Echemos la vista atrás para encontrar la respuesta. Porque lo cierto es que ese aspecto social del café ya estaba presente casi desde sus orígenes.

Según algunos documentos que han llegado hasta nuestros días, el primer uso conocido de este fruto estaba relacionado con la religión, ya que se empleaba como ofrenda en los rituales de algunas tribus de la actual Etiopía. Por entonces, el café también tenía un uso terapéutico, y en especial como aporte de energía para los cazadores, que masticaban las bayas cuando tenían que desplazarse durante varios días.

Primeros usos del café 

Precisamente fue esta aplicación, gracias a su efecto estimulante, la que facilitó su entrada en el mundo árabe durante la Edad Media.

Algunas órdenes musulmanas también lo adoptaron –ya en forma de bebida– para sus ceremonias, debido a esa sensación que les «despejaba» la mente y les ayudaba a «acercarse al plano divino».

Fue en la zona de Yemen en la que comenzó la popularización del café, donde ya era muy común entre toda la población en el siglo XV, y desde la que se extendió al resto de países arábigos. No solo eso, sino que fue allí donde también nació el propio concepto de cafetería. Y si hoy nos tomamos un café en casi cualquier lugar, es posible gracias a que, debido a la dificultad de la preparación del grano para convertirlo adecuadamente en infusión, surgió la necesidad de abrir establecimientos donde poder consumirlo.

Por esta misma razón, en muchos idiomas se emplea el mismo término para café y cafetería, incluso en el castellano esa es una de sus acepciones. Los bailes y la música, así como las partidas de ajedrez y backgammon, eran habituales en estos bazares, que también fueron ganando adeptos por la prohibición del consumo de alcohol que imponían algunos entornos religiosos.

Rápidamente, también se convirtieron en centros donde reunirse y enterarse de las últimas noticias, por lo que se los denominaba como «escuelas de sabios». Entonces, proponer a un conocido «¿Nos tomamos un café?» ya tenía un significado muy similar al actual, parecido a nuestro «ponerse al día».

 

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La primera expansión

A ese componente social hay que sumarle un aspecto económico. Los comerciantes de café que querían venderlo en otras regiones sabían que les resultaría más fácil si ofrecían ellos mismos el producto en forma de bebida, preparada de la manera correcta. De ahí el origen de las primeras «cafeterías» abiertas en lo que hoy conocemos como Egipto, Siria y el resto de Oriente Medio, que además suponían uno de los pocos puntos de reunión públicos existentes en esas sociedades.

En la región oriental del Mediterráneo, los cafés se llegaron a convertir en auténticos centros populares donde tanto los ricos como el pueblo llano celebraban sus reuniones de ocio, llegando incluso a desarrollarse como focos de influencia política. Tanto es así que Murad IV, sultán del Imperio otomano en el siglo XVII, intentó –sin éxito– clausurar los seis centenares de cafeterías que existían en Constantinopla por aquel entonces.

El propio ejército otomano adoptó rápidamente la cultura del café, expandiéndola por todos los dominios del imperio  durante sus campañas.

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La llegada a Europa

Tanto las guerras como la inmigración, el comercio o la diplomacia fueron factores a través de los que el café se estableció en los países europeos como un bien de consumo. El grano se vendía en las boticas como remedio para múltiples enfermedades y además tenía una connotación exótica y de lujo relacionada con los reinos de oriente; pero también se consideraba como parte del islam y como tal, la iglesia católica de Venecia trató en un primer momento de demonizarlo.

Sin embargo, ese intento se quedó en eso, un intento, y no llegó a impedir que el café conquistara toda Europa. Así, durante el siglo XVII se abrieron las primeras cafeterías en Italia, Austria, Alemania, Francia e Inglaterra, muchas de ellas gracias a inmigrantes griegos, armenios o libaneses.

El caso de Inglaterra es especialmente curioso, ya que una de las primeras cafeterías se abrió en Oxford, y desde entonces la relación del café con la universidad no ha hecho sino ir creciendo hasta nuestros días. ¿Quién lo diría cuando nos tomamos un café en la «facul»?

También en el viejo continente las cafeterías se convirtieron en foros de reunión donde compartir noticias, pero también para hacer negocios o como complemento de librerías, clubes o teatros. De nuevo, resultaron importantes en el ámbito político y otro dirigente, Carlos II de Inglaterra, intentó prohibirlas, con idéntico resultado.

Como sucede con casi todo, el paso del tiempo cambió esta situación, y muchas de las revoluciones de la época pasaron por los cafés de París, Berlín y Budapest. Sin ir más lejos, la toma de la Bastilla se planeó en el Café de Foy.

Durante la Ilustración, los científicos, académicos, escritores, filósofos y artistas adoptaron las cafeterías como tribunas de intercambio, convirtiéndose en un modelo similar al de una red social donde compartir y relacionarse.

 

¿Y en España?

Nuestro país no fue ajeno a la expansión del café, que llegaba a través de los puertos del Mediterráneo. Y ya en el siglo XVIII se tiene constancia de la presencia de cafés callejeros en las principales ciudades. La Real Academia lo incluyó en la edición del diccionario de 1726.

Los cafés también fueron importantes en el entorno de las artes y las ciencias, y tenemos ejemplos como ‘La Fontana de Oro’ descrita por Galdós o los más recientes casos del Café Pombo y el Café Gijón.

Hoy en día, el carácter socializador del café está más presente que nunca. Los españoles asociamos una taza de café a momentos de tertulia, como la sobremesa o una reunión entre amigos. Y por eso la expresión «quedar para un café» no implica que luego se pida esta bebida o no.

 

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Entonces, ¿nos tomamos un café?